miércoles, 3 de agosto de 2011

"El Puente hacia el infinito" R.Bach


Miércoles por la noche, 21/12

Queridísimo Richard:

Es muy difícil decidir cómo y por dónde comenzar. He estado pensando mucho, larga-mente, varias ideas, tratando de hallar un modo.

Por fin se me ocurrió un pequeño pensa­miento, una metáfora musical, a través de la cual he podido pensar con claridad y hallar compren­sión, ya que no-satisfacción; quiero compartirla contigo. Por eso te ruego que me soportes en otra lección de música, una más.

La forma más comúnmente usada en las obras clásicas de mayor envergadura es la sonata. Es la base de casi todas las sinfonías y conciertos. Consiste en tres partes principales: exposición o apertura, en la cual se adelantan y presentan mutuamente pequeñas ideas, temas, fragmentos y piezas; el desarrollo, en donde estas pequeñas ideas y motivos son explorados a fondo y expandidos, con frecuencia pasados de tono mayor (alegre) a menor (triste), ida y vuelta, y finalmente desarrollados y entretejidos en una mayor complejidad, hasta que al fin se produce: la recapitulación, en la cual hay una reafirmación, una gloriosa expresión de la ma­durez plena y rica en que se han convertido las diminutas ideas, a través del proceso de desa­rrollo.

Tú te preguntarás qué relación tiene esto con nosotros, si es que ya no has adivinado.

Según lo veo, estamos varados en una aper­tura interminable. Al principio era lo auténtico, un puro deleite. Es la parte de una relación en la que uno está en su mejor expresión: excitado, excitante, interesante e interesado. Es el momen­to en que uno se siente más cómodo y más digno de amor, pues no siente la necesidad de movilizar sus defensas; entonces, el compañero puede abrazar a un cálido ser humano, en vez de un cactus gigantesco. Es una época de deleites para ambos; no me extraña que te gusten tanto las aperturas que quieras hacer de tu vida toda una serie de ellas.

Pero es imposible prolongar interminablemente los principios; no es posible expresarlos una y otra vez. Deben avanzar, desarrollarse... o morir de aburrimiento. Tú pensarás que no. Necesitas alejarte, cambiar, ver otras personas, otros lugares, para volver a una relación como si fuera nueva, y vivir comienzos nuevos sin cesar.

Avanzamos en una serie de reaperturas pro­longadas. Algunas tuvieron su causa en separa­ciones que fueron necesarias por motivos de ne­gocios, pero resultaron innecesariamente rí­gidas y severas para dos personas tan íntimas co­mo nosotros. Otras fueron fabricadas por ti, a fin de proporcionar aun más oportunidades de volver a la novedad que tanto deseas.

Obviamente, la parte de desarrollo es para ti un anatema. Pues allí es donde puedes descubrir que sólo cuentas con una colección de ideas muy limitadas, que no dan resultado, por mucha creati­vidad que en ellas pongas, o lo que puede ser aun peor para ti: que tienes material para algo glo­rioso, para una sinfonía; en ese caso hay trabajo a realizar: es preciso excavar profundidades, en­tretejer cuidadosamente las entidades separadas, para mejor glorificación propia y mutua. Supongo que es análogo al momento literario en que no puedes, no debes huir de la idea para escribir un libro.

Sin duda, hemos llegado más lejos de lo que era tu intención llegar. Y nos hemos detenido mucho antes de llegar a lo que, para mí, eran los pasos lógicos y encantadores que debían seguir. He visto continuamente detenido el desarrollo contigo, y he llegado a creer que jamás haremos sino esporádicos intentos de aprovechar todo nuestro potencial de aprendizaje, nuestras sor­prendentes similitudes de intereses, sin que im­porte cuántos años tengamos por delante... porque jamás pasaremos juntos un tiempo sin in­terrupciones. Por eso, el crecimiento que tanto valoramos, y que sabemos posible, se convierte en imposible.

Ambos hemos tenido la visión de algo mara­villoso que nos espera. Pero no podemos con-seguirlo desde aquí. Me enfrento a una sólida muralla de defensas, y tú tienes la necesidad de fortificarlas cada vez más. Ansío la riqueza y la plenitud de un mayor desarrollo, y tú buscas medios para evitarlo en tanto estamos juntos. Am­bos estamos frustrados: tú, imposibilitado de re­troceder; yo, imposibilitada de avanzar, en un estado de lucha constante, con nubes y sombras oscuras sobre el tiempo limitado que tú nos concedes.

Con frecuencia me hace sufrir, en un sentido u otro, el sentir tu constante resistencia a mí, al crecimiento de ese algo maravilloso, como si yo y él fuéramos algo horrible, y experimentar las diversas formas que toma la resistencia, algunas de ellas, crueles.

Llevo un registro del tiempo que pasamos juntos, y le he echado una mirada larga y sincera. Me entristeció, llegó a horrorizarme, pero me ha ayudado a enfrentarme a la verdad. Vuelvo a aquellos días, a principios de julio, y a las siete semanas que siguieron; me parecen nuestro único período realmente feliz. Esa fue nuestra apertura, y resultó hermosa. Después vinieron las separaciones, con sus cortes crueles y, para mí, inexplicables, además de la resistencia es­quiva, igualmente cruel, de tus regresos.

Lejos y separados o juntos y separados, es mucha infelicidad. Estoy viendo cómo me transformo en una persona que llora mucho, en una persona que hasta necesita llorar mucho, pues es casi como si la piedad fuera necesaria antes de que la bondad se tornara posible. Y sé que no he llegado a esta altura de mi vida para conver­tirme en objeto de piedad.

Cuando me dijiste que "para ti no estaría bien" cancelar tu cita para ayudarme en un es­tado de crisis, hiciste que la verdad se estrellara contra mí con la fuerza de una avalancha. En­frentada a los hechos con tanta sinceridad como es posible, sé que no puedo continuar, por mucho que lo deseara. No puedo seguir cediendo.

Confío en que esto no te parezca la ruptura de un acuerdo, sino la continuación de los mu­chos, muchísimos finales que tú iniciaste. Según creo, es algo que ambos sabemos preciso. Debo aceptar que he fracasado en mi esfuerzo de hacerte conocer las alegrías del mutuo interés.

Richard, mi precioso amigo, digo esto con suavidad, hasta con ternura y amor. Y los tonos suaves no disimulan un enojo subyacente; son au­ténticos. No hay acusaciones,culpas ni faltas. Simplemente, trato de comprender y de poner fin al dolor. Estoy estableciendo lo que me he visto obligada a aceptar: que tú y yo jamás vivi­remos un desarrollo, mucho menos la gloriosa y completa expresión de una relación llegada a su plena madurez.

Siento que, si algo en mi vida merecía sepa­rarse de los esquemas preestablecidos, para ir más allá de las limitaciones conocidas, eso era esta relación. Supongo que estaría justificada si me sintiera humillada por los extremos a que llegué para que así fuera. En cambio me siento orgullosa de mí misma y feliz de haber sabido reconocer una oportunidad rara y encantadora, mientras la tuvimos; así como de haber dado todo lo que podía, en el sentido más puro y más elevado, para conservarla. Eso me sirve ahora de consuelo. En este horrible momento final, puedo decir honra­damente que no sé qué otra cosa hubiera podido hacer para llegar contigo a ese bello futuro posible.

A pesar del dolor, me alegra haberte conoci­do de una manera tan especial; siempre recordaré con mucho aprecio el tiempo que pasamos juntos. Contigo he crecido y de ti aprendí mucho; sé también que te he hecho grandes contribuciones positivas. Ambos somos mejores personas por habernos tocado mutuamente.

A esta altura se me ocurre que también po­dría ser útil una metáfora del ajedrez. El ajedrez es un juego en el que cada parte tiene su objetivo propio y singular, aun al trabarse en lucha con el otro: un juego a medias, en el que la lucha sé de­sarrolla y se intensifica, con pérdida de piezas y fragmentos para ambos, ambos disminuidos; un juego definitivo, en el que uno atrapa y para-liza al otro.

Creo que tú ves la vida como una partida de ajedrez. Para mí es una sonata. Y debido a esas diferencias se pierden tanto el rey como la reina, y la canción es acallada.

Sigo siendo tu amiga, y sé que tú. lo eres mío. Te envío esto con el corazón lleno del amor tierno y profundo, del gran aprecio que tú sabes siento por ti, así como con una honda pena porque una oportunidad tan promisoria, tan rara y bella, haya quedado sin completar.

LESLIE

—¿Cómo se sabe cuando uno encuentra a su alma gemela? —repitió, serena como si hiciera eso todos los días—. Cuando yo hallé a la mía no me di cuenta. Fue en un ascensor. " ¿Sube?", Pregunté. "Sí", dijo él. Ninguno de los dos sabía lo que significarían esas palabras para las per­sonas que ahora somos.

"Esa es una clave. Buscar una aventura amorosa que mejora con el tiempo, una en la cual la admiración cobre brillo, en que la confianza crezca con cada tormenta.

"Con este hombre comprendí que para mí eran posi­bles la intimidad intensa y la alegría. Yo solía pensar que ésas eran necesidades propias, sólo mías, mis señas perso­nales para el alma gemela. Ahora creo que son las de todo el mundo, pero como desesperamos de hallarlas, tratamos de conformarnos con menos. ¿Cómo atrevernos a pedir intimi­dad y alegría, cuando lo mejor que podemos encontrar es un amante tibio y una mansa felicidad?

"Sin embargo, en el fondo sabemos que la tibieza acabará por enfriarse, que la mansa felicidad se convertirá en una especie de tristeza sin nombre, capaz de impor­tunarnos con preguntas ¿esto es el amor de mi vida, a esto se reduce todo, para esto me encuentro aquí? En el fondo sabemos que debe de haber más, y ansiamos apasio­nadamente lo que nunca encontramos.

"Con mucha frecuencia, la mitad de una pareja está tratando de subir, mientras la otra mitad tira hacia abajo.

Uno camina hacia adelante, el otro se asegura de que, por cada dos pasos hacia adelante, den tres hacia atrás. Es preferible aprender a ser feliz sola, pensaba yo, amar a mis amigos y a mi gato; mejor esperar a un alma gemela que no llegue jamás, antes que acertar ese opaco término medio.

"Un alma gemela es alguien cuyas cerraduras coin­ciden con nuestras llaves, y cuyas llaves coinciden con nues­tras cerraduras. Cuando nos sentimos lo bastante seguros como para abrir las cerraduras, surge nuestro yo más verda­dero. Entonces podemos ser, completa y honradamente, lo que somos; podemos ser amados por lo que somos y no por lo que fingimos ser. Cada uno descubre la mejor parte del otro. Por muchas cosas que estén mala nuestro alrededor, con esa única persona estamos a salvo en nuestro propio paraíso. Nuestra alma gemela es alguien que comparte nuestras ansias más hondas, nuestro sentido de la dirección. Cuando somos dos globos y nuestra dirección, para los dos, es hacia arriba, es muy posible que hayamos hallado a la persona adecuada. Nuestra alma gemela es quien hace que la vida surja a la vida.

simplemente hermoso...